Margarita
La evoco mirando viejas fotos en papel, y en la mayoría la veo situada en su entorno habitual y cotidiano, muy elegante con sus tacos altos, enfundada en las prendas de confección propia de Creaciones Lizz Patry, lista en todo momento para cruzar la puerta que unìa la vivienda con el negocio, y disponerse a atender a clientas de elegancia similar. Siempre bien peinada, maquillada, con aros y collares en consonancia con la vestimenta y la amplia sonrisa intensa y natural.
Por
amor materno se dejó empujar Patagonia adentro, y transitó por largas horas y días los inciertos caminos: primero seductoras rutas de asfalto, luego la
vibración monótona del ripio, bajo las ruedas del colectivo que protestaba su
fatiga de polvo y humo, y más tarde la arritmia traqueteante de bruscos
senderos que aspiraban vanamente a ser camino.
Aprendió a confiar en astrosos desconocidos, conoció la oportuna e
impensada solidaridad de la cama de un hospital, como único albergue disponible
para descansar la noche. Toscos y parcos choferes desplegaron ante ella su
escueta amabilidad cordillerana, aplacando sus dudas, temores, incertidumbres,
aliviando su apuro por llegar a ese lugar extraño donde el hijo pretendía
transitar sus años iniciales, junto a esa chiquilina de ojos celestes.
Compartió con los escolares los rotundos guisos de cada mediodía, entabló cálidos diálogos con Doña Blanca, la portera, nos acompañó a recorrer el paraje, visitando a las familias en sus precarios ranchos de barro, y supo encontrar el modo de dar y recibir afecto, escucha, comprensión.
Con una actitud llana y simple, de respeto espontáneo y natural se vinculó con las gentes de la cordillera profunda.
Quizás sufrió carencias, incomodidades. Valoró y respetó nuestro camino,
aunque hubiera deseado que transitáramos otro.
A
los pocos días emprendió el retorno.
Seguramente transcurrió las largas horas de regreso habitada por
multitud de imágenes, sonidos, olores, y también sentimientos encontrados,
reflexiones. Como esta vez, nunca se
privó de ir a donde estábamos, en busca del abrazo amoroso del hijo.
Hermoso relato! Tan linda la abuela!! Elegante y coqueta!!
ResponderEliminarRecuerdo su sonrisa cálida, sus palabras tan suaves, sus manos grandes y anillos en los dos últimos dedos...si pantalón tan fino planchado con raya al medio..
Su aromas...esos perfumes que usaba pero sobre todo la colina de después de bañarse...ni hablar de las noches de cuentos..siempre empezaba o terminaba con su clásicos de los ratoncitos!!!
Hermosa la abuela!
Si! El ratoncito que comía tanto queso que no podía volver a entrar en su cuevita...
ResponderEliminarQué lindo y emotivo " retrato" Daniel !!!
ResponderEliminarBello!
ResponderEliminarGracias, Isa...
ResponderEliminarHermosa semblanza de una mamá amorosa y comprometida!!!! Qué lindo podido disfrutarla...tengo similares recuerdos de mi mami cuando decidimos irnos a vivir a Chos Mala ni bien nos casamos. Todo era aventura y adrenalina...con amorosidad!!!
ResponderEliminarGracias, Tere!
EliminarConmovedor relato, me trae un intenso recuerda de mi niñez y adolescencia en otra provincia, transitando esos caminos de ripio, piedras, polvo, en un colectivo o coche, con el temor de llegar a destino por las condiciones del camino que más de una vez se volvían intransitables por los arroyos que oportunamente los atravesaba.
ResponderEliminarHermosa madre, que tomo ese desafío en pos del amor por su hijo.
Gracias Daniel , porque este relato me llevo a muy lejos y hace tiempos .
Abrazo!
Gracias por tus palabras, Alicia!
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