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La vida emboscada

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      Prospera el maizal y su cintura verde estruja el patio de juegos la verja y el portón. Las risas el mástil las tizas la hamaca los dibujos el horno de barro y la campana  ya lo saben y lo gritan: Una neblina avariciosa y ruin está emboscando la vida. A Ana Zabaloy, maestra fumigada.  

"No sabe de qué color ser"

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          No sabe de qué color ser, está viva, la laguna es un animal [1]  Hundida al fondo de promontorios y peñascos, olvidada de huellas y senderos, ella es.  Se supone que colosos de hielo contemporáneos de lejanos milenios ahondaron el suelo justo aquí, milímetro a milímetro, siglo tras siglo para concavar el espacio que hoy le permite ser.  Los que llegaron último la nombraron “la verde” por la obviedad de su apariencia un día equis.  Seres anteriores le habrán asignado alguna palabra justa, capaz de distinguirla entre otras.  Si ahora es “la verde” por el capricho nombrador de algunos, ¿qué habrá sido antes?   ¿Palabras extrañas de lenguas desaparecidas la habrán nombrado por su reflejo plomizo en días de borrasca, o por su reverbero de nieve, ateridos de invierno?  Quizás no la apariencia, sino la esencia de su carácter acuático definió su nombre.   ¿Con qué palabras otros seres que ya fueron habrán d...

El perrito del artesano

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              I                                           (Ilustración tomada de internet)     El paso de los días y de las semanas fue anudándolo a sus piernas, a sus pantalones sucios y ahumados.   Se acostumbró a la concavidad de su mano pivoteando amorosa sobre su testuz. Qué placer en los días   de feria deambular de puesto en puesto, cruzar y cruzar hasta la vereda de enfrente   ignorando semáforos, esquivando vehículos raudos para rozar esa naricita que asomaba tras la verja.   Escenas amigables de una vida callejera, sabiendo que él siempre estará allí, sus borcegos descascarados, el zumbido de la maquinita en sus dedos manchados de tinta, sus charlas con esos amigos de vincha. Semanas después, mientras el invierno se demoraba en la estepa el asfalto carcomió sus pasos, el humo de los neumáticos tiñó ...

Barco pirata

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               Recuerdo el barco pirata de plástico, verde agua, desarbolado, tirado en la parte más húmeda y oscura del sótano, inmerso en ese penetrante olor a moho.        Lo encontré allí una tarde en que me deslicé hacia el sótano al   volver de la escuela, con el guardapolvo aún puesto, en mi apuro por reencontrarme con la chica desnuda que moraba allí desde quién sabe cuándo.    Ya no cumplía su misión en la vidriera, exhibiendo los vestidos que mami diseñaba, y los sacos de “nutria diamante” que papi ofrecía a coquetas clientas.             Nunca pensé por qué la habían descendido de la vidriera al sótano, nunca advertí que el muñón de su mano faltante, o la punta de su nariz descascarada pudieran ser el motivo de su decadencia.             Lo que sí advertía era su tersura...