Barco pirata
Recuerdo el barco pirata de plástico, verde agua, desarbolado, tirado en la parte más húmeda y oscura del sótano, inmerso en ese penetrante olor a moho.
Lo encontré allí una tarde en que me deslicé hacia el sótano al volver de la escuela, con el guardapolvo aún puesto, en mi apuro por reencontrarme con la chica desnuda que moraba allí desde quién sabe cuándo. Ya no cumplía su misión en la vidriera, exhibiendo los vestidos que mami diseñaba, y los sacos de “nutria diamante” que papi ofrecía a coquetas clientas.
Nunca pensé por qué la habían descendido de la vidriera al sótano, nunca advertí que el muñón de su mano faltante, o la punta de su nariz descascarada pudieran ser el motivo de su decadencia.
Lo que sí advertía era su tersura color mate, sus dos pechitos duros y erguidos, que ondulaban suaves bajo mi mano, su cabeza calva, elegante, y el triangulito lampiño en el nacimiento de sus piernas. (Ahora pienso que nunca advertí su ombligo: ¿Lo tendría?)
Luego de dar y recibir su beso duro y frío subí a tomar la leche.
Atrás de ella, junto a su pié izquierdo el barquito pirata escoraba de olvido, naufragando entre el moho y la humedad.
(Fotocomposición mía , con foto de Magdalena Parra, Flickr.)
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