¿El fin del grotesco ficcional?

 

           


               

              "¿El fin del grotesco ficcional?"  Con este nombre circuló profusamente este opúsculo en ambitos académicos y en publicaciones diversas.  Generó inicialmente una adhesión y entusiasmo que se enfrió luego de que diversos estudiosos lo defenestraran por falta de seriedad y rigurosidad,  abundancia de datos falsos o tergiversados, y citas inventadas.  No obstante el lector ilustrado podrá detectar certezas y falsedades, en un ejercicio de mero entretenimiento.  He aquí el texto:

             "A lo largo de los siglos la tradicional clasificación de la literatura en géneros se ha mantenido más o menos vigente hasta el presente:   épica o narrativa, lírica o poesía y teatro o dramática, a los cuales en la actualidad podríamos agregar la didáctica, a la que generalmente asociamos con el ensayo.

               Por el contrario, si queremos ahondar en la evolución de los subgéneros, ahí ya se nos complica, en una secuencia de permanente cambio: Así como la lírica antigua nos presentaba el himno, la oda y la égloga, la lírica moderna está constituída entre otros subgéneros por el soneto y el madrigal, o la poesía de verso libre.

               Con respecto al género narrativo, los subgéneros muestran una evolución análoga: Si en la antiguedad veíamos el predominio del cantar de gesta, la epopeya, o la fábula,  hoy en día descollan la novela y el cuento.

    En búsqueda de una conclusión provisoria a los conceptos expresados, podríamos decir que una posible historia de los géneros y subgéneros literarios nos mostraría que si bien las grandes divisiones se mantienen desde el principio de los tiempos, los subgéneros han ido mutando e incluso desapareciendo algunos, reemplazados por otros.

    Y esto nos lleva de inmediato al tema que sugiere nuestro título, introduciéndonos en la búsqueda de antecedentes del grotesco, entendido como una modalidad mixta, donde lo risible, lo trágico, lo extravagante y el mal gusto buscan un precario equilibrio.

    En un inhallable estudio de la catedrática gallega Inmaculada Garzía Contreras (1938-2018), titulado “Vigencia del grotesco como categoría literaria en el siglo XX - Interferencia de la realidad en las posibilidades ficcionales” (1) encontramos un valioso rastreo del grotesco en la literatura antigüa, donde sobresale, por lo imprevisto y sorprendente, una mención a tablillas de arcilla con escritura cuneiforme encontradas en las ruinas de la ciudad de Uruk,   con un retrato francamente grotesco (aquí la palabra grotesco en un sentido meramente coloquial) del rey sumerio Kullassina-bel, probablemente realizada por sectores opositores a dicho gobernante.

    Obviamos las menciones al grotesco en la decoración pictórica y la escultura, por ser ajenas al objeto de este estudio.

    Dejamos por un momento a Inmaculada, para traer a colación la noción de “cuerpo grotesco”, que desarrolla el estudioso de la literatura Mijaíl Bajtín (1895-1975) en su conocida obra “La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento: el contexto de François Rabelais”. Allí asocia lo grotesco con lo carnavalesco, donde se observa una voluntad de presentar un mundo del revés, contrario en apariencia a la realidad  que domina la vida cotidiana, condicionada por determinadas interacciones sociales y políticas jerárquicas -con sus tabúes y prejuicios.  Un ejemplo de esto serían la series de novelas protagonizadas por los gigantes Gargantúa y Pantagruel, del autor francés del siglo XVI Rabelais.  Es llamativa la valorización que hace Bajtin del grotesco, al decir que el grotesco «permite mirar con nuevos ojos el universo, comprender hasta qué punto lo existente es relativo y, en consecuencia, permite comprender la posibilidad de un orden distinto»

    Más acá en el tiempo, pero no tan cerca en el espacio, el grotesco se expresa en la obra teatral del italiano Luiggi Pirandello, quien opina que  “es la expresión artística de una visión humorística del mundo”

    Volviendo a Inmaculada Garzía Conteras, y el tema que nos interesa, que es indagar en las posibilidades del grotesco en la actualidad (aclarando que si bien su estudio se sitúa en la mitad del siglo XX, sus conclusiones bien pueden aplicarse en estos momentos), podemos aceptar que durante larguísimos períodos de la historia de la literatura universal, el grotesco se pudo entender como una  caricatura de la realidad, mostrándola de manera exagerada, fea, deforme, mediante la “mención de cosas poco probables, la superposición de elementos incompatibles entre sí, generando sorpresa y sensación de brusquedad en el lector”.  Aquí agregamos nosotros que esto implicaría que ante una cierta realidad, dotada de ciertas características distintivas, la ficción grotesca la mostraba “como una caricatura... exagerada, fea, deforme... etc. etc.” mediante los recursos de la ficción.

    Acercándonos en el tiempo y el espacio, no podemos dejar de mencionar el grotesco criollo, y su obra fundacional, Mateo, de Armando Discépolo.  Según Silvia Zimmermann del Castillo, en su artículo “Del grotesco criollo a la política de lo grotesco”, en el Diario La Nación,   “la obra de Armando Discépolo ... inauguraba la expresión más auténticamente argentina del arte dramático: el grotesco criollo. Si bien atesoraba las resonancias de Luigi Pirandello, por ejemplo, cuyas obras, a la manera de cuadros, reflejaban una realidad tan cómica como trágica, el grotesco de Discépolo ahondó en el desaliento y el fracaso, alejándose sensiblemente de la comedia, para virar hacia la tragedia, aún más trágica tras la máscara de la risa”.

    Hay  críticos que consideran que el grotesco criollo concluyó en la década del treinta del siglo pasado,  sin embargo   la licenciada en crítica de artes Florencia Nair Suarez menciona “Días Eternos”, obra en un acto, que fue  una de las últimas del autor  Carlos Pais, estrenada por primera vez en el Teatro del Pueblo en marzo de 2008. El autor la define como un grotesco con mucho de comedia dramática con personajes típicos y reconocibles de la sociedad argentina actual.”

    Por su parte el crítico literario y teatral Arturo Cerretani   encontraba en el grotesco criollo personajes balbuceantes, y relacionaba el balbuceo con la sociedad argentina,  y sus fracasos constantes, y  con la falta de comunicación en general. En el grotesco se exhiben las tristezas, los tormentos, las decepciones y desgracias que  revelan  a  un  hombre  “indefenso,  acosado  y  en  conflicto”.  

    Si bien las distintas fuentes consultadas encuentran en la realidad de cada momento histórico y de cada sociedad en la cual surgían los textos grotescos, la fuente de inspiración y el incentivo para que esas producciones surjan, el estudio citado de la señora Inmaculada produce un quiebre con estas interpretaciones, y expone la tesis de que la extrema complejidad de la sociedad del siglo xx, con la exacerbación del consumo, el auge de los medios masivos de comunicación, la caía de la Unión Soviética y la consecuente instalación de un mundo unipolar, con su correlato de individualismo, desesperanza, tendencia al consumo compulsivo y el auge de la televisión por sobre el libro, entre otras características que sería fatigoso enumerar aquí, decíamos, todos esos elementos alimentan su rica tesis de que esta nueva realidad podría ser el fin del grotesco como género, o subgénero, o pseudo-género (aquí los autores discrepan en la calificación). 

    Con este enfoque parece coincidir el sociólogo nipón Francis Fukuyama  (1952-….)   en su tesis de doctorado “El fin de la ficción, víctima de la realidad” quien con su típico lenguaje coloquial, alejado de la verborragia científica lo expresa en tres palabras: “Realidad mata ficción”. (3)

    Pero ya instalados en estas tierras y en estos crueles tiempos de pandemia, quien finalmente pone la lápida (valga la expresión) al grotesco ficcional es el escritor Mempo Giardinelli, quien en su columna del seis de abril de este año  en el Diario Página12, titulada “De pestes, fantasmas y miserables” (4) dice:  toda peste trae fantasmas, y no sólo sanitarios, sino también, sociales. Desde la bubónica o "Plaga de Justiniano" en el siglo VI, y pasando por la feroz Peste Negra del alto Medioevo y todas las que Europa siempre dijo que llegaban de Turquía, hasta la Fiebre Amarilla porteña de 1871, los estragos sanitarios fueron, inexorablemente, de gravísimas consecuencias y afectaron a todas las clases sociales.  Lo fantasmal, entonces, radica en todo lo que no se sabe de cada peste. Misterio que desata miedos y conductas abyectas –sí que también solidaridades y gestos maravillosos– y que en el caso argentino de estos días también viene teniendo la virtud de mostrarle a nuestro pueblo espejos diversos en los que mirarse.  En momentos en que toda la evidencia científica disponible nos indica que, a falta de medicamentos y vacunas apropiadas, el único remedio contra la pandemia es “quedarse en casa”, ¿cómo calificar las acciones, las actitudes, las frases acuñadas por parte de una –afortunadamente- estricta minoría porteña? Veamos, sin intención de agotar este inventario de dislates…” Y para no fatigar al lector, obviamos la enumeración de Giardinelli y proponemos que cada uno arme la suya. Lo importante, para el objeto de este estudio, está al final de la nota. Dice el escritor chaqueño:  “Por todo ello, cabe preguntarse si esta irritante instalación del género grotesco en la realidad de algunos sectores  de nuestra población no podría significar un desaliento para la producción ficcional al aparecer la convicción en notables escritores, de que esta realidad supera toda ficción.” (Notable coincidencia de Giardinelli con el pensamiento de Fukuyama.)

    Es decir que, sin perjuicio de las características que diferencian a cada uno, una, une, vemos una línea de pensamiento común entre Inmaculada, Francis y Mempo, en torno a la cuestión de la sobrevivencia del género grotesco.

    Por el contrario, nos inclinamos a pensar que esto podría ser un interesante acicate para que, creatividad mediante, nuestros más lúcidos literatos superen la realidad con más ficción, especialmente con un grotesco aggiornado a estas realidades pandémicas que hoy nos rigen.

 

Daniel Edgardo Pérez -  Junio 2020 – Mes cuarto de la pandemia de coronavirus-

 

 

1-     “Vigencia del grotesco como categoría literaria en el siglo XX - Interferencia de la realidad en las posibilidades ficcionales”, Inmaculada Garzía Contreras, Ed. Delirio, Galicia, 1999.

2-     La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento: el contexto de François Rabelais, Mijaíl Bajtin,  Edit. Las Cuarenta, Bs. As.

3-     En https://www.lanacion.com.ar/opinion/del-grotesco-criollo-a-la-politica-de-lo-grotesco-nid1599561

 

4-     Si bien su tesis ha tenido gran difusión en los medios de divulgación científica, por ejemplo en nuestro país en la revista “Caras de la Ciencia”, su exagerado apego al lenguaje coloquial le valió la reprobación por parte del jurado. Esta mención vale sólo como simpática nota de color.

5-     En https://www.pagina12.com.ar/257770-de-pestes-fantasmas-y-miserables"

 

Comentarios

  1. Muy buen miniensayo Daniel Edgardo Pérez. Creería que el grotesco criollo es uno de los géneros de mixtura literaria que más nos representa: brevedad, ironía, realismo que roza lo esperpéntico. En fin, variadas adjetivaciones pueden ser posibles.

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