Gente de mierda

 







En esa esquina del centro neuquino la mañana de mayo luce inhóspita y punzante de tanto gris, de tanto frío.  Mi presencia en el exacto medio de la cola del cajero crea dos tipos de individuos bien diferenciados:  Quienes están adelante mío, consumidores molestos de mi tiempo, y los que van sumándose atrás, presencia borrosa, apenas adivinada, destinatarios de mi indiferencia.

El tedio de la espera de pronto se interrumpe:  Allá viene Carina.  Todavía está un poco lejos, pero es ella.  La identifica su andar desmañado, la mirada vagando de lado a lado indolente, su bolso tejido golpeteando contra su jogging de color incierto, el rollo de bolsitas en su mano izquierda.

¿Cuántos años hace que me enfrento con ella?  Ahora me preparo para recibirla, para decirle que no le compraré tampoco esta vez, y para volver a presenciar ciertas escenas.  ¿O veré algo nuevo?

Ajenas al gris, al frío, a Carina y a mi, dos señoras conversan mientras esperan que la puerta del cajero se abra.

-Hola, soy Carina. ¿Cómo te llamás?, mientras desenfunda su mano derecha y la proyecta decidida hacia adelante.

La mano espera, los ojos de Carina buscan y no encuentran ojos que miren, que escuchen.  Las señoras –correctas, prolijas, educadas- continúan su charla.  Un rictus de tensión en la cara de una de ellas o de las dos, si lo hay nadie lo percibe. 

La consumación del desdén dura un segundo, no más. La respuesta también:   Carina guarda la mano en el bolsillo de su saco, gira ágil sobre sus pies y se va.  Las señoras ahora sí escuchan:  “Váyanse a la mierda, viejas conchetas.”

Qué misteriosa es la vastedad de un segundo, pizca de eternidad impávida, para los ojos que buscan una mirada, un registro, un acuse de recibo.

Ahora ella se dirige a mi. -Hola, Carina. Le daré la mano, pronunciaré mi nombre, le diré que no quiero bolsitas, escrutaré su gesto molesto, y coincidiré con ella: Hay gente de mierda.






Comentarios

  1. Después de mucho tiempo, y pandemia de por medio, ayer he vuelto a ver a Carina por las calles del bajo, ofreciendo -como siempre- sus bolsitas de residuos.

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